Iniciamos los cuarenta días del tiempo de Cuaresma, reflexionando juntos acerca del rito que marca el inicio de este viaje de conversión: el Miércoles de Ceniza. En el siguiente artículo, originalmente publicado en la revista Liturgia y Canción del año pasado, el sacerdote mexicano Benjamín Bravo nos ilustra y conduce a reflexionar en el sentido antropológico y ritual que muchas veces predomina en la creencia popular que enfatiza la importancia cultural del Miércoles de Ceniza. Esta tendencia a veces puede desplazar la profunda importancia que busca comunicar este rito: nuestra disposición a la apertura a la gracia de Dios, al reconocer la fragilidad y finitud de la existencia humana. Le invitamos a leer y reflexionar con este interesante artículo durante la Cuaresma.
El tiempo de Cuaresma empieza con el Miércoles de Ceniza. Los presbíteros anuncian que, a partir de este día, faltan cuarenta días para la gran fiesta de la Pascua. Durante este tiempo se invita al ayuno, a la abstinencia, a la conversión o metanoia y a confesarse. A los católicos que han escuchado este mensaje desde niños esto no les dice mucho. No les interesa cuándo es el día de la Pascua. Lo que verdaderamente les importa es cuándo es el Miércoles de Ceniza. Aun aquellos católicos que ya no asisten a Misa, se interesan por preguntar ‘cuándo es el día de tomar ceniza´, pues, para ellos, eso es lo que importa.
¿Por qué caló más la ceniza que la liturgia de Cuaresma, en nuestro pueblo? ¿Por qué se forman en largas filas para recibir la ceniza y no así para reconciliarse sacramentalmente con Dios, en la Cuaresma? La razón es que nuestros pueblos originales, es decir, las etnias indígenas que habitaban estos territorios usaban la ceniza, desde siglos antes, en sus rituales religiosos. Voy a contarles dos de los usos que tenían en el pueblo indígena mexicano.
Con la ceniza le ponían nombre al niño recién nacido
Todavía existen grupos indígenas que siguen el siguiente ritual para darle nombre al niño. Colocan al recién nacido en un crucero de caminos; a su alrededor hacen un círculo con ceniza, se retiran un poco y desde lejos observan, esperando que se acerque un animal y pise la ceniza, dejando así sus huellas. Es entonces cuando el pequeño toma el nombre de dicho animal. Tenemos el caso de Cuahutémoc, el último emperador azteca. Un águila pisó la ceniza, y sus padres entonces le pusieron ‘cuahu’ que quiere decir: águila. Así, otros se llamaban leopardo, caimán o jaguar, según el animal que pisara la ceniza. Según la creencia antigua, dicho animal se convierte en protector del niño, o sea, en su nahual. Si el pequeño se enferma, la familia busca al nahual para cuidarlo y tratarlo bien, a fin de que se contente con el niño y no le haga daño.
Otro uso de la ceniza
Hay etnias que creyeron y siguen creyendo en lo que, en castellano se dice, “cuando el buho canta, el indio muere”. Imaginemos el pavor que invadía a nuestros antepasados cuando, durante la noche, oían el canto del tecolote o buho. Según las narraciones que se han hecho de este fenómeno, el tecolote cuando viene a cantar junto a casa, finge que tiene hambre de muerte, y para conjurar el maleficio hay que echarle ceniza, porque, en la ceniza está la vida. Y, si se le arrojan brasas, dos cosas pueden suceder: se va cuando las mira relumbrar o se queda. Si se va pronto, ya no hay peligro para el niño; si con todo y las brasas se queda en su árbol y sigue cantando, entonces el niño muere antes de una semana.
El tecolote es, según la creencia, un enviado de Dios que avisa la muerte; querer espantarlo con piedras sería un error, pues el buho se enojaría aún más. Lo recomendado era lanzarle ceniza con briznas y chisporroteo de luz.
Podemos imaginar que, hace siglos, cuando los misioneros se dieron cuenta de que los indígenas tenían estas creencias, trataron de quitárselas a como diera lugar. Pero, un día de tantos, los frailes anunciaron a los indígenas, en el templo, que “el próximo miércoles es miércoles de ceniza”. Lo prohibido iba a ser ahora repartido por los mismos frailes. Así que ese miércoles fueron todos y todas, incluso llevaron a los niños recién nacidos y a los ancianos enfermos a ‘recibir o tomar ceniza’. El fraile creyó que todos los nuevos bautizados eran buenos católicos, que habían entendido que empezaba la Cuaresma. Por su parte, los indígenas se acercaron en tropel porque esperaban ser librados, por la ceniza, del maleficio y del mal agüero.
Conclusión
En lo profundo de la conciencia de nuestro pueblo es más grave no tomar ceniza que no ir a la Misa del domingo de Pascua. Esto permite al ministro de liturgia ubicarse, es decir, saber que tiene que trabajar más para preparar adecuadamente el Miércoles de Ceniza.
Encuentre este artículo entre muchos otros en nuestra revista trimestral Liturgia y Canción. ¡Suscríbase aquí!