Hace unas semanas estuve en North Carolina presentando unos temas de formación para los feligreses de una comunidad parroquial y se me quedaron grabadas unas reflexiones después de haber estado allí. Primero, el impacto que tienen las relaciones a través de los años tanto como las que uno va formando día a día. La invitación a presentar los temas y el concierto me vino de un joven que conocí hace unos 15 años en una parroquia en que servía en la diócesis de San Diego como director de la pastoral de liturgia y música. Creo que en ese entonces tenía unos 12 o 13 años y era uno de los acólitos. Y ahora él es director de liturgia y los procesos del catecumenado en su parroquia después de haber recibido su maestría en liturgia de Notre Dame. El poder compartir con él y su esposa su jornada hacia este momento me dejó impresionado y agradecido. Que él me invitara a compartir mis conocimientos y fe con su comunidad fue un don para mi.
Uno de los puntos que hago en mis presentaciones con los músicos pastorales es el de la importancia de conocer a aquellos que pretendemos servir. El dirigir la oración cantada del pueblo es una responsabilidad enorme y nos toca la tarea de formar relaciones con no solo los miembros del coro sino con las personas diversas en la parroquia – jóvenes tanto como adultos, personas que provienen de diferentes países con diferentes culturas, diferentes experiencias de espiritualidad – todos en busca de un encuentro con el Dios vivo. Es a través de estas mismas relaciones que experimentamos la presencia de Cristo entre nosotros y servimos al mismo Cristo. Les comentaba a los participantes de una experiencia que tuve yo hace varios años en la que se me “prendió el foco”. Es decir, tuve una realización transformadora al momento que cantábamos el canto de comunión - “Gusten y vean que bueno es el Señor” – mientras el pueblo cantaba el canto y caminaba en procesión y recibía el Cuerpo y Sangre de Cristo y pasaban frente mi después de haber recibido el sacramento, lo que cantábamos tomó un sentido profundo para mi. En las caras de las personas que pasaban ante mi, personas que yo conocía como miembros de la comunidad, muchos de ellos amigos míos, nombres conocidos y desconocidos, personas jóvenes y ancianas, de diferentes lugares que se unían en comunión de voces, de procesión, de sacramento, estaba gustando y viendo lo bueno que es nuestro Dios. Wow! Fue y sigue siendo un momento formador y transformador para mi.
Y claro, después de haber experimentado este momento lo sigo compartiendo como testimonio del poder que tiene el canto para formar y transformar. No podemos dar lo que no tenemos. Estoy convencido de que las relaciones que había formado en esa parroquia durante los años de mi servicio allí me permitieron no solamente seleccionar los cantos para acompañar la oración de la comunidad sino también poder ayudarles a dar voz a fe que llevan dentro y dirigirlos a profundizar su fe. La importancia tanto de lo que cantamos, como la forma en que lo canta toda la comunidad es determinante. El desafío para nosotros es tomar en serio este detalle – los cantos que forman nuestro repertorio deben ser seleccionados con la comunidad a quien servimos en mente. No lo que nos gusta a nosotros o al coro, sino conociendo a la comunidad con quien formamos relaciones profundas dirigimos el canto que expresa su agradecimiento al Dios vivo.